El Arte de Viajar Y el Poder Transformativo de las clases de Arte
Una Herramienta Para Transformar el Mundo

Mientras leía al siempre interesante Alain de Botton (a quien siempre encuentro estimulante y provocador))estaba recordando los días de mi niñez. Los días en los que tuve clases de música, clases de arte, clases de matemáticas, de historia, algunas de ciencias y de también inglés. Las de arte y música casi siempre me parecieron un desperdicio. Me parecían particularmente inútiles.
Hoy me parece una barbaridad como se desperdició una oportunidad de transformar mi vida.
Arte y música en la escuela primaria
Admito que el método Suzuki tiene su encanto. Puede despertar en los niños el interés por escuchar y hacer música. Los niños pueden entusiasmarse al tocar las canciones que han escuchado y disfrutado. Me desanima pensar que estas clases pudieron haber transformado mi vida. No lo hicieron.
Quizá, si lo hubieran hecho, no estaría aquí escribiendo estas líneas –y pese a todos los avatares de la vida, me encuentro razonablemente feliz (o alegremente inconforme) con dónde y cómo estoy.
Las clases de música tanto como las de arte le encantaban a varios de mis compañeros, y a veces a mi también. Entre otras cosas, nos daban mucho tiempo para hablar (y claro, hablar con los compañeros es una parte esencial de la educación: permite construir amistades, conversar, compartir). Pero ya teníamos recreos, horas de almuerzo, tiempos entre clases y nadie nos prohíbe conversar cuando acaban las clases). Yo era algo tímido, tenía pocos amigos, y era un tanto nerd. Muchos de mis compañeros adoraban las clases de arte y música.
Pero el arte es, o al menos puede ser, más que diversión, más que un espacio para socializar.
Estas clases parecían una enorme pérdida de tiempo porque no necesitábamos sentir, pensar, reflexionar, ni siquiera observar.
Es posible que los profesores las hayan diseñado así a propósito, con las mejores intenciones. Tal vez querían que fuera una clase entretenida para niños y niñas, pensando que el día escolar ya era demasiado académico, industrial, estresante. Esta forma de entretenimiento podía ayudar a que los estudiantes se mantuvieran cercanos al arte y, eventualmente, descubrieran sus complejidades. Pero estas clases me parecían una gran pérdida de tiempo.
Tal vez estoy equivocado, y sólo yo sentí eso y encontré estas clases fastidiosas.
Mis profesores de arte, por ejemplo, creo tenían buenas intenciones; ellos creían que los chicos y chicas están aburridos y tienen muchas clases así que aquí les daremos un lugar donde pueden divertirse. Probablemente, estas clases ayudaron a algunos de mis compañeros. Pero el costo de oportunidad fue, simplemente, demasiado alto.
Quizás solo fui yo el que me sentía de esta manera. Quizás solo fue en mi primaria donde no aprendimos arte.
Una oportunidad desperdiciada
Muchos años después, pensé en estas clases y me sentí estafado. Durante mucho tiempo recordé estar confundido sobre por qué debía dibujar (o por qué querría hacerlo).
Un libro sobre viajes me hizo pensar en ellas. El excelente libro es The Art of Travel.

Ahora que soy mayor (aunque no tanto), he aprendido a disfrutar y apreciar pinturas, fotografías, obras de teatro, música y otras expresiones artísticas. Algunas de las cuales quizá no me gustaban tanto.
Después de admirar las pinturas de Van Gogh, los libros de Zafón (probablemente mi autor favorito de ficción), Darwin, Dawkins, Hitchens, las obras de Shakespeare y tanta música maravillosa... lamento esas clases.
Hoy más que nunca suspiro y susurro: "Qué lástima y qué desperdicio". Que pena que no me ayudaron a descubrir una mejor manera de apreciar el arte cuando era menor.
Lo que desearía que hubieran sido estas clases
Creo que deberíamos aprovechar la oportunidad que tenemos durante la educación primaria y usar el arte y la música para explorar significados más profundos. Mis clases de arte y música podrían haber abierto un mundo problemático pero extraordinario mucho antes.
Enseñar arte no es fácil, porque en estas clases no podemos ni debemos hacer lo mismo que en otras asignaturas. Por ejemplo, en arte, a diferencia de matemáticas, no podemos dar el mismo conjunto de problemas a todos. Evaluar con un solo criterio la expresión artística es difícil. Dudo que sea posible. Pero estas complicaciones no deberían disuadirnos.
Pero es precisamente esta diferencia entre la objetivo y lo subjetivo lo cual nos presenta una oportunidad de innovar, de inspirar, de cumplir nuestra misión de maestros (que es enseñar y inspirar).
Estas clases fueron una pérdida para mí y para otros, incluso si fueron divertidas.
Podrían haber sido las clases más importantes que tomé (no lo fueron). Estas clases pueden tener un gran impacto incluso en quienes no tienen talento artístico (como yo) y no poseen una habilidad innata para dibujar bien.
¿Qué deberíamos hacer entonces?
En estas clases podríamos enseñar que el mundo puede ser hermoso, pero también feo.
Deberíamos enseñar que podemos encontrar cosas fascinantes en lo que, a primera vista, parece aburrido.
Podríamos enseñar la capacidad de encontrar detalles, sombras y complejidades en objetos cotidianos. Los estudiantes podrían aprender a encontrar el encanto al mirar lo ordinario desde muchas perspectivas. Podríamos enseñarles a encontrar detalles que emocionan, entristecen, conmueven y cautivan. Podrían abrazar una parte de nuestra humanidad que a menudo está descuidada. Esta búsqueda de lo sublime dentro de lo cotidiano puede salvarnos en los tiempos donde todo parece gris.
Podríamos enseñar (incluso a una edad muy temprana) que hay cosas que valen la pena ser pintadas y cantadas; que tanto lo ordinario como lo exótico tienen sus secretos, su bellezas, sus desacuerdos y sus perfectas imperfecciones; y que se puede encontrar luz incluso donde parece haber sólo oscuridad.
En esas clases, podrían haberme enseñado a observar en lugar de simplemente mirar.
Podría haber aprendido que ver algo desde distintos ángulos hace que se transforme.
Podría haber aprendido que prestar atención a los detalles cambia lo que vemos.
Podríamos haber aprendido que podemos tomarnos unas vacaciones con sólo mirar nuestro trayecto habitual de forma distinta.
Ojalá hubiera comprendido que prestar atención a los ángulos desde los que observo un objeto cambia lo que veo. Esa manera de observar podría revelar que un objeto se transforma, que la luz lo acaricia suavemente, que las sombras también brillan y cambian. Hay un mundo bello y hechizante bajo nuestras narices pero no le hacemos ni caso.
Podríamos haber sido enseñados a mirar el orden y el desorden, la simetría y la sinfonía del caos.
Podríamos haber aprendido que no es el cielo que Van Gogh vio en Saint-Rémy-de-Provence lo que hace que La noche estrellada sea tan bella, sino cómo él lo vio. Como el lo pinto. Nosotros podemos también pintar nuestros caminos en nuestras mentes y verlos relucir.

Hay mucho que podemos aprender en una clase de arte. Hay mucho que podemos disfrutar.
Podemos aprender a transformar el mundo cambiando cómo lo observamos. Al hacerlo, podríamos ver que los desacuerdos muchas veces surgen por mirar un mismo asunto desde distintas perspectivas.
Ojalá mis clases de arte hubieran sido eso.
Las clases pueden enriquecer nuestras vidas y nuestras experiencias cotidianas.
Los estudiantes aprenderían a considerar distintas perspectivas seriamente. Sabríamos ver el mundo de muchas maneras distintas y esperaríamos que existieran (y coexistieran) diferentes puntos de vista. Podríamos celebrar nuestras diferencias y, al mismo tiempo, reconocer que todos somos parte de una misma especie: que todos sentimos, sufrimos, reímos, amamos, lloramos y respiramos.
Esto, tal vez, nos ayudaría a ser artistas. Tal vez nos ayudaría a ser mejores.
Más importante aún, nos recordaría que somos, ante todo, humanos. Como tales, podemos encontrar un lado artístico en cualquiera que sea nuestra profesión y, al hacerlo, adquirir algo de orgullo y gozo en lo que hacemos. Podemos sentirnos orgullosos de nuestras acciones. Podemos terminar con el sentido de alienación.
¿Y si el arte no era para mí?
En algún momento, hacia sexto grado, cuando los estudiantes comenzaban a elegir sus cursos, el deseo de hacer arte desapareció de mí (no estoy seguro de que alguna vez haya existido). Opte por hacer francés (que tampoco me sirvió).
Pero las clases de arte no eran el lugar para hacer arte. Parecían más bien un espacio para socializar. En cierto modo, eran la antítesis del arte.
Recuerdo que nos daban consejos para mejorar nuestros dibujos, pero mejorar la técnica es apenas una pequeña parte de lo que significa ser artista. Enfocarse exclusivamente en la técnica tergiversa y empobrece todo el proceso. Si la técnica es importante pero es una herramienta.
Durante mucho tiempo no pensé en estas clases. Incluso dudé de su utilidad al punto de argumentar que deberían ser eliminadas del currículo escolar.
Hoy pienso que pueden ser una parte vital de la educación.
No sé por qué nunca se nos presento el arte como algo transformador,. No se por qué nunca consideramos que, a través del arte, podemos transformar gratamente y con sorpresa nuestro entorno cotidiano en algo digno de admiración.
Nuestros profesores no nos mostraron que el arte nos permite disfrutar del resplandor del mundo que nos rodea. La capacidad de ver un objeto de forma distinta podría ayudarnos a comprender que los desacuerdos entre personas pueden surgir de mirar los temas desde distintos ángulos. Que los desacuerdos pueden ser producto de concentrarse en aspectos diferentes.
Quizá mis profesores enseñaban esas clases como yo imagino que deberían ser.
Quizás si se presentó de esta manera y fui yo el que no supo apreciarlo.
Escribí esto poco después de cumplir 27 años y, recientemente, reapareció en mi ordenador. Ahora tengo 39 y he hecho algunos pequeños cambios.